Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Marrecos. Volumen II

Día 26: Nos pusimos camino al desierto, haciendo una parada casi al llegar en Erfoud, pueblo donde vive el que debió ser nuestro guía, allí estuvimos viendo como es el proceso de desenterrar un fósil, y los usos que luego le dan, comerciales todos ellos claro. Llegamos al desierto, quien nos iba a decir que iríamos de rally con nuestro palio, y mucho menos conduciendo la Fátima, poniendo el coche a dos ruedas, haciendo trompos, incluso levantamos en un par de ocasiones las cuatro ruedas del suelo. Milagrosamente conseguimos llegar a una casa en medio del desierto, con nuestros turbantes a la cabeza, los habíamos comprado a la entrada del desierto, y de no ser porque le paramos los pies a Juan, hubiésemos llegado montados en alfombra mágica y todo. Nada más llegar tuvimos una gran acogida, los chavales que llevaban el negocio eran bastante enrollados e hicimos buenas migas con ellos, y enseguida empezó Juan a aprender nuevas formas de ponerse el turbante junto a nuestro tímido amigo Habib, o Javivi como le llamábamos nosotros. Después de que cenásemos en el salón todos juntos, empezó la fiesta, lo que veníamos deseando desde muchos días atrás, bailotear un poco, y allí se pusieron los colegas con sus instrumentos, djembés, tambores….a tocar y cantar mientras los demás les acompañábamos con palmas, intentando seguir el ritmo, afectados por los pitis relajantes, a partir de ahora los llamaremos “brum-brum”, que después de la arena, yo es lo que más vi en el desierto. Esa noche, y las dos siguientes, (al término de la noche decidimos ampliar nuestra estancia un día más, estábamos como en casa de Juan, desde este momento también se le empezó a llamar Marajá, comiendo como los romanos.), dormimos en jaimas en medio del desierto, viendo tan solo estrellas a nuestro alrededor. Eso si, antes de dormir tuvimos que darle una buena sacudida a nuestras camas, puesto que estaban llenas de arena de una tormenta que hubo mientras estábamos de fiesta.


Día 27: Esa mañana salimos arrastrándonos de las jaimas y fuimos a desayunar, todo el que piense que el desierto es desértico, ¡está equivocado!, ¡tienen cola-cao para desayunar! Para no pasarnos todo el día tirados, los árabes no tienen ningún problema en hacerlo, nos fuimos a un pueblo cercano, Rissani, a dar una vuelta por el mercado, entre dátiles, especias, unos paquetes de menta que compramos y al llegar aquí nos hemos dado cuenta de que nos han timado y son hierbas del campo, cabezas de vaca despellejadas y llenas de moscas, entramos en una tienda a lo que creíamos era echar un vistazo, más tarde nos dejamos 200 pavos en el mismo lugar, allí nos pillamos unas túnicas y le echamos el ojo a algunas teteras y puffs, mientras Juan hacía sus primeros pinitos como fisioterapeuta con un jubilado que hacía karate y le debían zurrar a saco. Sin pasta y con mucha prisa nos teníamos que ir, a por “brum-brum” con Musta y al ‘oasis’ con Nourdine, así que el pive nos fió las túnicas y partimos de nuevo al desierto. Y por fin montamos en camellos, una caminata de hora y media a través de las dunas, en dirección a un supuesto oasis donde dormiríamos esa noche, y digo supuesto porque uno escucha la palabra oasis y se imagina que menos que un poquito de agua y unas palmeritas en medio del desierto, pues no, allí sólo había cuatro palmeras y unas cuantas jaimas de nómadas, entre las que estaban las nuestras. Ese día nos solidarizamos con Nourdine e hicimos Ramadán con él, un poco obligados, ya que el cocinillas era el, y allí todo lo hacen ‘guajamente’, así que como hacían ellos, hasta la 1 de la mañana no cenamos, para ellos era su comida. Antes de cenar el tío se curró un té y se puso a preparar y cocinar el tajin de carne picada, uno de los mejores que hemos comido por Marruecos. Como no parábamos de brum-brum, teníamos un hambre que alucinas, hasta que ya por pesados, nos sacó lo que hasta la fecha me parece el dulce más delicioso del mundo, dátiles con yogurt, una maravilla. Después de cenar y de la sobremesa, tras brum-brum y brum-brum, a las 3 de la mañana, cuando ya no podíamos más, nos sacó lo que para ellos era la cena, casi no puedo recordar lo que había, se que dátiles si, porque me puse ciego, y un batido muy rico, que entre otras cosas nos hizo dormir como la seda, sin importarnos los escarabajos del tamaño de una pelota de golf que correteaban por nuestro alrededor.


Día 28: Esa mañana nos levantamos con el ruido de los camellos y nos pusimos en marcha de vuelta a la kasbah, en más de una ocasión temí caernos con los camellos por las dunas, ya que los conducía Azahara y seguía empeñada en hacer rally con cualquier medio de transporte. Cuando llegamos nos dieron de desayunar, un desayuno que a la vez nos sirvió de comida, una magnífica pizza bereber que nos dio fuerzas para lo que seria el regateo más feroz. Así, fuimos al mercado del día anterior a dejarnos la pasta, menos mal que a Juan le salió el cliente espontáneo y con sus observaciones fisioterapéuticas nos redujo el precio final. De camino a lo que seria nuestra 3ª noche en el desierto, compramos los útiles para hacer una tortilla de patatas, algo que la Fátima tenia en su lista de ‘cosas para hacer en la vida’, hacer una tortilla de patatas en el desierto, la del rally ya la pudo tachar los días anteriores. Allí nos plantamos Ali Baba y yo, en la cocina, brum-brum a brum-brum, mientras Azahara cocinaba con la ayuda de los autóctonos, una ayuda que se convertiría en acoso por parte de algún merodeador, al que la Fátima no tardó en largar. Tras la cena riquísima que hizo Azahara, nos echamos unos bailes y negociamos el final de nuestro viaje con el guía, cambiándole los planes que tenia desde un principio de ir a su pueblo, Essaouira, y es que teníamos que hacernos 800 kilómetros para estar un día, así que decidimos ir subiendo a Marrakech y parar en el valle del Draa los dos días que nos quedaban, aquí empezó a torcérsele el viaje a Omar, el guía. El que llegásemos a una solución se lo tenemos que agradecer a Hassan, en director de cine árabe al que a Juan le daba mal rollo porque decía que parecía un Jeque o un Sultán, ya que fue el que nos recomendó ir al valle del Draa. Tras estar un buen rato de brum-brum, nos fuimos a las jaimas cuando ya no podíamos más, no sin antes darnos un buen susto al pensar que habían envenenado a Azahara o algo así, ya que la intentábamos despertar y no reaccionaba, nos costó varios minutos el saber que no se despierta hasta que la tocas en el punto clave, no lo revelaré por si ella decide mantenerlo oculto.



Día 29: Nos despertamos de lo que sería nuestro fin del viaje al desierto, con el guía bastante serio partimos en dirección al palmeral del valle del Draa, intentamos animarle con unos bailes saharaouis que habíamos aprendido mientras escuchábamos la cinta de gasolinera que compramos el primer día. En el camino tuvimos que parar a echar gasolina, quien nos diría que se convertiría en una fuga de la policía, y esque al vernos con un guía sin carné de tal, pues le ponen un paquete, así que qué decidió, pues pisarle al acelerador, mientras no dejaba de mirar hacia atrás por si nos seguían, tal era su paranoia, que nos metió por un camino de cabras que cortaba un río enorme, así que su jugada de despistarles por otro camino le salió mal, menos mal que ni nos estaban siguiendo ni nos querían hacer una encerrona ni nada, simplemente anotaron la matricula, rezaremos para que no llegue ninguna multa por fuga. Sin más sobresaltos llegamos a la kasbah de un pueblecito todo hecho de adobe y rodeado de un palmeral enorme. Fuimos directos a la jaima del lugar a esperar que nos trajeran nuestro té de bienvenida, allí pasamos el resto de la noche, recibiendo visitas esporádicas de unos hogareños mientras Omar estaba to tirao escuchando canciones melosas. Lo mejor que hizo en todo el día fue pedirme unos dátiles esa noche. Sin más nos fuimos a dormir, observando unas pocas moscas en la habitación, nos estaban avisando de lo que iba a ser el día siguiente….


Día 30: Esa mañana me desperté sobresaltado, rápido eché un vistazo a mi alrededor y vi la cara de Juan tan desencajada como la mía, nos habían despertado unos gritos aterradores, golpes y arañazos en las paredes, acompañados de palabras malsonantes que provenían de la boca de Azahara, una boca llena de espuma provocada por la rabia que ocasionan cientos de moscas revoloteando por todas partes de tu cuerpo, metiéndose incluso por las narices. Lo más puteado que uno se puede levantar, así, nos fuimos a desayunar a la terraza, las maravillosas vistas del palmeral se vieron jodidas por estos insectos tan desagradables. Huimos lo más rápido posible de ese angosto lugar en dirección al siguiente pueblo del valle, antes pasaríamos por un oasis, que tampoco era tal, porque los oasis yo los entiendo como que están en medio del desierto, pero bueno, sus palmeras y su río si que había, fue un lugar bastante tranquilo, que sirvió para que el guía parase a rezar y a echarse una siestecita, parecía que se había declarado en huelga y el cabrón lo único que hacía era dormir. Poco después llegamos al pueblo donde pasaríamos la noche, intentando dar un paseo por el lugar, pero la falta de luz nos impidió caminar en otra dirección que no fuese en línea recta desde el lugar donde dormíamos. Como no, el té de bienvenida nos lo tomamos en la jaima del lugar, no sin antes haber regateado 5 euros el precio de la habita. Muertos de hambre cenamos a las 8 de la tarde, y nos hicimos coleguitas de unos camareros que nos sacaron unos vinitos, eran nuestras primeras gotas de alcohol de todo el viaje. Esa noche dormimos poco, Juan y Azahara seguían enfermos y me pasé toda la noche en vela cuidándolos.


Día 1: Tras un temprano desayuno en la terraza, estábamos ya listos para terminar lo que seria nuestro último día con el guía cuando aparece por la puerta y nos dice que se a cargado la llave del coche, partiéndola asombrosamente dentro de la cerradura. Nosotros nos lo tomamos como nos habían estado enseñando, guajamente, ya que aún nos quedaban 3 días en Marruecos. Omar se puso manos a la obra para intentar salir cuanto antes, ya que quería dejarnos en Marrakech e irse directamente a Essaouira. A la media hora apareció un “mecánico” con una bolsa con alambres con los que se suponía iba a arreglar todo el desaliñado, en poco menos de una hora había desmontado la puerta, sacado la llave y recomendado una solución: hacer un puente. Así que si ya habíamos huido de la policía, solo faltaba que nos parasen ahora y vieran que íbamos con un puente hecho al coche. Al retraso que llevábamos en nuestro viaje, se sumó que empezó a llover y el magnifico mecánico, al hacer el puente, jodió los cables del limpia y no funcionaban, por lo que el guía cada 5 minutos tenia que parar el coche para limpiar los cristales con unas camisetas. Todo esto hizo que le pisara al acelerador por unas carreteras que me río yo del Dragon Khan, provocando en más de una ocasión los gritos de pánico de Azahara y míos mientras Sir Juan dormía plácidamente. Al final conseguimos llegar a Marrakech, despidiéndonos del guía pagándole lo acordado más un móvil, se fue bien servido para haberse pegado unas vacaciones pagadas más incentivos por nosotros. Fuimos a dejar las mochilas al hostal, aquel que parecía un loquero, menos mal que la terraza y las vistas lo compensaban, y fuimos a que la Fátima conociese la movida de la ciudad. Ya llevábamos muchos días por Marruecos y estábamos bien enseñados, ya sabíamos quienes nos pedirían dinero, quienes nos agarrarían del brazo, quienes nos pondrían un mono a la chepa, y también sabíamos las técnicas de defensa y evasión a utilizar en cada momento, lo que trajo una bronca de Juan con uno que le pedía pasta por indicarle donde comprar tabaco, (locales 0 – 1 visitantes). Después de hacer bastante hambre paseando por los zocos, nos pillamos unos kebabs y nos los comimos en la terraza del hostal, contemplando todo el gentío desde las alturas. Tras unos brum-brum, nos fuimos a dormir a nuestra celda.


Días 2 y 3: Eran nuestros últimos días y los pasamos guajamente por la ciudad. Esa noche solo podíamos ver babuchas cuando cerrábamos los ojos, ya que Azahara se empeñó en unas que en realidad eran unas manoletinas, o zapatitos de bailarina como lo llamábamos nosotros, lo menos pasamos a 25 tiendas para buscarlas y en ninguna había, mientras Azahara se las probaba Juanin y yo alucinábamos con las tiendas de lámparas y sus colorines.

En algún momento del día Juanin se hizo un colega que nos llevó amigablemente a un mercado de subastas berebere, el truco está en que mientras andas por callejones durante largos minutos pensando, que bien, subastas del pueblo berebere, te está llevando al mismo centro del barrio de los curtidores, y sin darte cuenta te plantan un buen puñado de menta fresca para que utilices a modo de mascarilla, parecía que nos adentrábamos en Chernobil por lo menos, era donde hacían todas las pieles, y hasta que las arcadas nos lo impedían, pudimos ver como era todo el proceso, habiendo piscinas llenas de mierda de paloma, por ejemplo, o montones de pelos rodeados de cientos de moscas, como si de un juego de Resident Evil se tratara, conseguimos salir de allí tambaleándonos, lo gracioso fue cuando nos pidieron pasta por la ruta, pero sabíamos técnicas evasoras. Esa noche repetimos la misma operación que la anterior para cenar, y lo mismo para la sobremesa.

Al día siguiente, como Azahara se había quedado con ganas de las babuchas y quería comprar algunos regalitos, decidió madrugar y darse un paseo, mientras yo me pelaba con Juan al no dejarme dormir, durante esos días fuimos protagonistas de un par de capítulos de Escenas de Matrimonio. Para hacer tiempo fuimos a desayunar enfrente, unos zumitos ricos ricos, mientras esperábamos que volviese Azahara, que no vino sola, se había echado un colega que quería endosarla un tapiz. Después nos fuimos todos a ver el museo de artesanía, nuestra última visita en la ciudad. Fuimos al hostal a por los equipajes, y tras una discusión con los encargados del mismo porque salíamos a las 4 en vez de a las 12 y nos querían hacer pagar un día más, nos pusimos de camino al aeropuerto, donde finiquitamos los brum-brum y tras ser cacheados de arriba abajo nos volvimos a los madriles.


fotos

5 comentarios:

Anónimo dijo...

impresionante papi...que arte tienes para contar las cosas!!!! eres un artista.

Anónimo dijo...

pipi, este es tu hijo secreto???

Anónimo dijo...

Soy JOrdi jajaja un hijo secreto?? jeje excelente narración me he leido todo pipi, joder vaya con el guia y pobre coche con el rally que se monto, la persecucion el puente..

Pipi dijo...

jejeje...chssss..calla luis calla,en este caso es mi hija secreta, os enseñaré las fotos,el otro dia la conocí por primera vez.Gracias a los tres,creo q sois los unicos q os lo habeis leido todo y habeis terminado con fuerzas para comentar..snif..snif..

Anónimo dijo...

hija secreta!!!!! SOY BIEN CONOCIDA!!!! se te ha olvidado mi cara o que??? yo tambien te echo de menos papa!!